Transportarse y Leer y Viceversa.
Ultimamente, en el transporte público, me he encontrado con más lectores que los usuales. Los motivos atestiguan una mixtura que va desde el marketing insistente sobre las nuevas publicaciones o las ocurrentes bolsitas de las librerías conocidas, una exitosa campaña de ventas en zonas centrales (Centro y bares), por supuesto estas ediciones impresas en un apantallante couche con su excelente laminado, o los precios endebles de los libros usados y de igual manera los novos.
El fenómeno pululante de la lectura pudiera ser más atribuible a una serie de propósitos particulares para 2012; aún no termina enero y eso en lenguaje coloquial significa que continua vigente hablar sobre lo que se tiene pensado hacer en los siguientes 11 meses, concédanme el verbo hipocrizar, ser hipócritas en la lectura. Después de enero regresamos a la normalidad, es decir, a la mediocridad del deseo si no es que a su ausencia.
Leer en el transporte, lo saben quienes lo usan, determina un tipo de lectura. Lo más usual es encontrarse con el periódico que a hojas desplegadas es de lectura colectiva, hay secciones para todos, es inútil escribir sarcasmos al respecto. Revistas farandole siempre sobran. En la misma industria de la tina inmediata tienen privilegio los libros del you can do it, una auténtica monserga que seguramente deja anchos fajos de sorjuanas. Libros con sello en los bordes de las bibliotecas de la UNAM, UAM y Politécnico son menos aventajados pero tampoco faltan. La novela histórica de 20 pesitos o los best-sellers del sanborns también se hacen presentes. Libro vaquero, cómic, antologías de cierta poesía o el folleto de ofertas del soriana también se ven por estos lares.
Por lo general la lectura en el transporte no tiende a ser una lectura de placer. Al contrario, es una lectura de tipo instructivo, con algún carácter informativo, en relación a una zona especifica de aquello que según la filosofía no es común, es decir, la realidad; sin embargo es una lectura de la que no sabemos si en verdad tiene un carácter estético o tiene la potencia de aportarlo; al respecto nos podemos preguntar si esto de la transacción estética en realidad es necesaria.
Usar el transporte para leer, lo saben quienes así lo usan, no determina la lectura. En algún momento me toco sentarme al lado de un bravucón que leía Mille Plateaux; para quien no lo sepa ese libro tiene más de mil páginas y ha de pesar algo así como un kilo, un robusto kilo sobre la Esquizofrenia y el Capitalismo. Aquella porra de enfrente muy contenta iba leyendo la Critica de la Razón Pura. Otro gandaya, con oprobio, no escatimó en presumir las portadas de su Tractatus Logico-Philosophicus. Todos ellos unas verdaderas anomalías en esto de la Matrix.
La lectura en el transporte puede tener variopintos epítetos pero ninguno de ellos consanguíneo con la comodidad. Uno tiene que poseer una verdadera pasión por la lectura, más aún, una pasión de carácter deportiva para no menguar en el atragante de contenidos, si esto en realidad es posible, mientras se mantiene el contacto cuerpo a cuerpo. Leer en el transporte es leer a barlovento. Uno tiene que estar de preparado para leer de pie, para leer en una posición parecida a ir sentado, para leer a 10 cm de los ojos. Hay que tener una verdadera habilidad lectora para intuir lo que el prójimo va leyendo aunque uno no entienda ni de que va ni de que viene, pero nada quita el placer de descifrar alguna que otra frase. Habilidad de gimnasta para leer de lado, hacia arriba, hacia abajo, hacia el el otro lado, "oiga, quite su brazo, me estorba para leer". Habilidad supra-lectora para leer sin luz o con el sol brillando en la página. Para leer en movimiento. Esos sí que son lectores y no este enclasamiento ascendente de estar leyendo (o escribiendo) en la comodidad de la pantalla.
El transporte público se presta para ensayar categorías de lectores, hay uno en particular. Ese ser que lee de ajeno no escatimará en las letras, leerá los anuncios, la marca de la ropa, la hora en el reloj de aquel señor que está tras aquella señora de frondosas carnes que no dejan ver nada. También leerá los anuncios en las blusas y en las playeras y ¿por qué no? también imaginará leer por debajo de ambos. Leerá incluso lo que estas escribiendo en tu celular o el mensaje que te acaba de llegar y a partir de ello construirá su propia historia en la que tú claramente no tienes coeficiente para resolver cierto problema que ese lector ha construido, se imaginará en tu lugar y seguramente hará todo mejor que tú, es su historia y así debe ser. Nos encontramos con el atípico caso del lector depravado, ese al que no se le puede ir ni la más ínfima línea sin ser leída. Un hacha de la lectura galopante. Un violador del texto; Barthes pudo haberle llamado, un lector del goce o más bien en el goce.
Puedes empezar a leer un libro mientras te transportas. Puedes mantenerte en los interdictos de de tu libro mientras te transportas. Terminar de leer un libro mientras te transportas es cosa aparte, a quienes les haya pasado lo saben, por más veces que te ocurra no terminas de acostumbrarte y casi siempre queda ese como movimiento existencial en donde, hinchado de emoción positiva o adversa, quieres gritar el final, sabemos que hay libros que lo ameritan. El movimiento es absurdo ya que nadie o casi nadie te entendería en el supuesto de que les interese escucharte. De intercambiar opiniones con el usuario contiguo ni hablar.
Es curioso que en las zonas donde hay densidad de existencias haya tan poca comunicabilidad. Podemos escribir, si es que lo hacemos, e intentar comunicar algo de lo que hemos sentido y esperar una repercusión. Sea cual sea la lectura a la que eres adicto. Como lector ¿qué tipo de libro le exiges a tu casa editorial predilecta? ¿qué tipo de texto le exigirías al escritor que ahora indagas? Recuerdo esa frase de Morfeo en Matrix "no hay preguntas sin respuestas, sólo preguntas mal formuladas" Entonces giremos la dirección ¿con qué tipo de libro nos conformamos? y paralelamente ¿con qué tipo de contenidos? En esta sencilla pero contundente decisión sí podemos influir cuando menos en la literatura que queremos explorar, de la que queremos ser parte. Apoyamos ciertas cosas porque las consideramos mejor que otras. Lo anterior no privilegia absolutamente nada más allá del gusto propio pero es un lugar para comenzar ¿quién no ha leído algo que más tarde sólo lo considerará un tiempo mal invertido?
Es mentira que el lector no tiene una influencia sobre la editorial ni sobre los textos de su escritor. Conformarse con los best-sellers es influir en contenidos, nos indica que hay un escritor y un editor que tendrán algo que llevarse a la boca y a sus cuentas bancarias, también indica que nos gusta el entretenimiento bananero. La influencia es más fuerte del lado contrario, aquel que escribe y aquellos que le editan sí son capaces de movilizar, de hacer escozor en los pensamientos de sus lectores o en su caso acostumbrarlos a la realidad como la conocemos, sin ningún intento de cambiarla; es ese momento en donde acabas de leer tu libro, lo cierras, separas los ojos y te das cuenta que la realidad y el libro son una calca. Alguien a perdido su tiempo.
¿Libros exclusivos para ser leídos en el transporte? Compremos el argumento. Después podemos pensar en libros exclusivos para leerse en grupo o a solas en el baño. Nos puede gustar la idea, quizá esta vez nos sentimos cómodos y mientras leemos compartimos la lectura. Pero no, esta vez seamos sagaces y figuremos que el lugar de la lectura es cuestión de gusto o de necesidad por parte del lector ¿uno tendría que forzosamente que leer Moby Dick en las costas de Nantucket? La necesidad del lector se vuelve un agandaye-acierto editorial, para muestra los libros pocket. Casi todas las editoriales los tienen son un hit en la industria. La editorial que no tenga en su catálogo por lo menos un libro a un cuarto de oficio no está pensando en su futuro y evidentemente hay lectores que no están pensando en ellos. También aplica para los escritores.
A fin de cuentas el lector del transporte público lee en él porque le encuentra la maña, porque tiene el hígado bien puesto y la mente concentrada para lidiar con cada interrupción. Sea cual sea el carácter del lector móvil, consideremos en él algo de salvaje a la manera en que el texto a leer es sometido a cierta realidad del transeúnte y no es el lector quien se domestica a las veredas del libro, no importa si este es intransportable o la versión que se pierde en la bolsa del pantalón. Uno lee en el transporte porque finalmente es infinitamente somnífero verle el rostro de mal-cogido al usuario con quien compartimos la lectura.
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