Venía con nosotros Francisco, un compa de Alejandro que, por tanto, también es mi amigo. En el tiempo que eran estudiantes editaron una revista de ciencias sociales con apoyo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Ahora Francisco estudia su doctorado en letras en Arizona y también había venido de visita a pasar navidad y año nuevo con su familia. Acaba de publicar un libro de crítica sobre la obra de Salvador Elizondo y traía varios ejemplares en su mochila. Me regaló dos de éstos, con mi promesa, aún pendiente, de hacerle llegar un comentario por escrito y subirlo a mi blog.
Intentamos esquivar los retenes, pero fue imposible. En cada avenida que tomábamos podíamos distinguir, cuadras más al fondo, las luces de las patrullas. Entonces dábamos vuelta y más adelante, nos topábamos con otro retén. Nuestro afán de huida puso en alerta a la policía y nos empezaron a seguir. Nos detuvieron y una lámpara que inspeccionaba el interior del auto me deslumbró. “A ver, qué traen ahí”, dijo el comandante. Estaba nervioso y lo único que atiné fue abrir el libro de Francisco y comenzarlo a leer. Cuando Francisco le mostró los libros, el policía se sorprendió: “son sólo libros, yo soy el autor”. Si no hubiera sido por ese pequeño detalle, seguramente nos habrían levantado, pero la literatura en ocasiones te puede sacar de serios aprietos.
Vivir en Juárez es como practicar un deporte extremo. Simplemente salir implica un riesgo. Los habitantes saben que en cualquier momento pueden recibir una llamada de extorsión o enterase de la infame noticia de que han secuestrado o asesinado a un hijo. Sin embargo, la vida tiene que seguir. “Ni modo que ya no salgamos a la escuela, al trabajo, de compras al supermercado o salir a divertirnos. Pero parece que eso es lo que quiere el gobierno, mantenernos paralizados”, nos comentaba Alejandro mientras entrábamos a Bellavista, en el centro de la ciudad, una colonia histórica en aquella frontera.
Pero no todo está perdido en Ciudad Juárez. Uno de esos reductos donde la vida puede abrirse a la esperanza, es precisamente un ring de lucha libre o la presencia activa de los jóvenes poetas. Cuando llegamos a la Arena Club Deportivo Unido, para mi asombro vi cómo iban llegando las familias con sus niños. Le pregunté a Alejandro que si en el Arena Club, sobre todo por estar en el centro de la ciudad, zona por demás peligrosa ya que es el último bastión del grupo criminal “La Línea”, no se había suscitado alguna balacera. “Afortunadamente no”, me contesta, “pero todos sabemos que en de la noche a la mañana cualquier negocio puede cerrar debido al cobro de las cuotas”.
El Arena Club no es muy amplio, apenas cabe un ring profesional, pero tiene gradas en los cuatro lados, muy verticales, con lo que pueden caber más personas aunque la estructura se tambalea. El baño, eso sí, daba asco. Nos sentamos a esperar que iniciara la primera contienda, los niños corrían sobre el cuadrilátero, como desquiciados se aventaban, se revolcaban en la polvosa lona. Uno trató de subirse a la tercera cuerda pero su mamá lo regañó. Cuando apareció el primer luchador, empezó el griterío, algo que se les da muy bien a los juarenses.
Alejandro me puso al tanto de quién era ese luchador: “Ese es Peluchín, dueño de este lugar. Ha tenido una trayectoria destacable aquí en la frontera, debutó en la arena México de Juárez, fue alumno de Baby Sharon, Máquina 45, Avispón Verde y Cinta de Oro. Siempre ha estado del bando de los técnicos, alternando con grandes luchadores como el Hijo del Santo, Blue Demon, Latin Lover, Abismo Negro, Cibernético, Sangre Chicana, Dos Caras, Octagón, Rayo de Jalisco, Cassandro, Pimpinela Escarlata y Mayflower”.
Con su amplia exposición, me quedaba más que claro que Alejandro es un fiel amante de este deporte e incluso después me confesó que lo practicaba en El Paso. “Peluchín formó parte del trío conformado por él, Chuchín y Pinpón. Actualmente continúa con su carrera. Junto a Peluchín II hacen el dúo dinámico en la Arena Club, donde además es maestro de Lucha libre y donde se han presentado figuras importantes como Súper Muñeco, Solitario, Tinieblas Jr, entre otros”. Más rápido de lo que pensé, empezó la primera pelea de tres contra tres: “La familia maldad” contra “Los rockeros”. Éstos últimos estaban muy flacos y no tardaron en perder la primera y luego la segunda caída. Pero le echaban ganas y hacían varias suertes y piruetas, aunque esto no impedía que una señora de las gradas les mentara la madre. Y es que “La familia maldad” estaba en su territorio.
En la segunda pelea apareció un hombre sin máscara, muy moreno, de mediana estatura, un tanto pelón y con bigote tupido. “Ese durante el día es policía municipal, pero le gusta ser luchador y así se ha ganado a la gente”, me dice Alejandro, quien para ese momento saca dos latas de cerveza que nos bebemos de manera discreta. “Ya me lo imagino pidiendo su mordida”, le digo a Alejandro, pero él considera que no todos los policías municipales son corruptos.
Entonces mejor cambio de tema y le pregunto a Alejandro que a su parecer cuál ha sido el máximo personaje de la lucha libre en Juárez, si en la frontera norte también aclaman a El Santo o tienen otros héroes. “Aquí vivió Gory Guerrero, compañero por mucho tiempo de El Santo, también padre de la dinastía Guerrero, Eddy Guerrero ex campeón de la WWE. Vivieron en la colonia Chaveña y después en El Paso. También son famosos Fishman, Flama Roja, Cinta de Oro, Rocky Star, Gacela del Ring, Ariel el Gato Guerrero, incluso Konnan aquí se dio a conocer”. Nombres van y vienen mientras al policía luchador le están aplicando una llave tremenda. La gente está frenética, el barullo está a todo lo que da. En verdad que el encuentro luchístico parece ser un auténtico desahogo.
Cuando acaban las luchas, salimos de nuevo al frío. Neva sobre Ciudad Juárez, es hermoso. Vamos a un antro de la “zona de seguridad” que han implementado los federales, en el Paseo “Triunfo de la República”. La escena no es muy amigable, pues antes de entrar vemos en fila a los policías mostrando sus armas cargadas, lo que intimida a cualquiera. El antro está abarrotado, afuera se ven muchos otros bares que han sido abandonados. Dice Alejandro que le gustaría ir a la famosa avenida Juárez, como lo habíamos hecho en nuestra anterior visita en abril de 2010, pero ahora le entristece ver tanta desolación por esos rumbos, aunque todavía sobreviven bares de amplia tradición como “Yankees”, “El Kentucky” y “La cucaracha”.
En el mismo antro me encuentro con el poeta Carlos Macías, quien me abraza y brindamos efusivamente. Era la segunda vez que nos veíamos durante mi estancia de dos semanas en esta urbe fronteriza. Me pregunta qué me parece este antro y le digo que me parece bien aunque me gustaría platicar más tranquilo con él sobre proyectos literarios, que en cierto aspecto veo que estas acciones de la policía son una distracción momentánea ante toda la atrocidad que ocurre en Juárez. Él asiente y me dice, antes de salir a la gélida intemperie, el último verso de un poema suyo que me parece emblemático y que aún resuena en mi memoria: “no nos han derrotado todavía”.
0 comentarios:
Publicar un comentario