o todo lo que toquen se llenará de vida
Así como en el boxeo el machismo considera a los varones como los entes propios para ejercer ese deporte, donde en todo caso las peleas entre féminas constituyen un mero espectáculo, poco más sobresaliente que el de las edecanes anunciando cada round (sobre todo si además de agrestes están “bien buenas”), el machismo en la poesía se hace presente con el prototipo del poeta-macho-mexicano (por sus siglas: protomame) donde las arenas de contiendas forman parte un escenario privilegiado para el exhibicionismo de los varones.
A fuerza de metáforas solares, más gritando que recitando y en ocasiones hasta bufando, se les ha visto contender entre sí, mostrando el figurín a ver si con suerte con unos cuantos poemas de amor logran, al menos, llevarse distraídos aplausos o los favores de alguna fan inesperada.
Ellos no sólo se aparecen a las lecturas itinerantes de poesía, sino que esperan siempre con ansias que el próximo “Torneo de Poesía” les resulte no sólo en el placer de la victoria, sino en el encuentro con las musas. Como si por arte de magia subirse al ring los volviera galanes de telenovela que pudieran escribir de pronto como Neruda.
Sin embargo, no cabe duda que ante la presencia femenina y para su sorpresa, los hemos visto en muchas ocasiones probar el polvo de la derrota. A excepción de Mario Dux, indiscutible protomame ganador del primer “Adversario en el Cuadrilátero”, en las siguientes ediciones fueron mujeres quienes se han llevado el máximo título: Leticia Luna, Ileana Garma y Hortensia Carrasco, quien recientemente publicó su último poemario “Poemas del encierro” con el que ganó esta última edición del Torneo.
Más allá de la postura machista de los recitales, presentaciones y lecturas que marginaban lo femenino al acompañamiento del poeta consagrado o, en el mejor de los casos, a una temática de antología, el Torneo de Poesía “Adversario en el cuadrilátero” ha puesto a contender a la par tanto a mujeres como a hombres y sobre su Ring los ha colocado en una situación de iguales como nunca antes había ocurrido, ni en el deporte pugilístico ni en otros formatos para la poesía.
Es difícil abordar el tema de la poesía femenina desde el ahora, porque la poesía mexicana del siglo XX no escapó del machismo de la sociedad de su tiempo ni de sus arraigos en el presente. Octavio Paz al hablar acerca de nuestra identidad, escribió sobre la dicotomía de lo abierto y lo cerrado, donde lo femenino era lo primero y lo masculino lo segundo. Toda muestra de apertura, entonces, mostraría en estado “vulnerable” a la tradición poética cerrada; el lado femenino que rompería con el canon solar imperante.
Más de un lustro después, considero que la concepción machista del mexicano planteada por Octavio Paz, pudo generalizarse también a la concepción de los poetas de aquel tiempo sobre la naturaleza de su misma creación poética: el poeta para mostrarse se oculta. “Caracol: tú como todos, eres lo que ocultas” sentenció en un poema de juventud José Emilio Pacheco. Escribir para un poeta, ciertamente, implica desnudarse frente al poema, quitarse la máscara que lo hace fuerte frente a los demás; sin embargo, esto no justifica el exhibicionismo histriónico a la hora de leer públicamente poemas que no se sustentan por sí mismos.
Una vez le leí un poema a una novia que tuve, dedicado para ella. Un poema cursi, como los únicos que se pueden escribir en la estupidez de enamoramiento. Cuando terminé, ella me dijo que no se veía reflejada en aquel poema, aunque las imágenes le fueron agradables. Eso era porque estaba hecho de fórmulas, porque era un poema artificial que estaba hecho para mi idea de la persona. Desde entonces no escribo poemas para enamorar, sino para indagar en eso que llamamos amor.
Lo cierto es que esa clasificación de femenino y masculino concebida por Octavio Paz forma parte de un código de nuestra tradición, por ejemplo, de la visión solar (el poeta como iluminador y fecundador) que tiene que ver con un ejercicio de sentido hegemónico. Es por eso que pienso que el reconocimiento a las poetas mexicanas constituye una herejía muy necesaria para romper con el canon. Al respecto, se ha empezado a discutir sobre si existe la poesía femenina más allá del feminismo de tono político, es decir, desde otras perspectivas como la estética y esto me parece bastante sano, porque diversifica y reconoce diferentes formas concebir lo femenino.
Hace algunos meses se organizó, por ejemplo, una lectura de poetas mujeres en el metro (“Mujer con M de metro”). Poesía hecha por mujeres, precisamente un lugar donde se perciben las confrontaciones de género más cotidianas, a tal punto que en el metro de la Ciudad de México se separan hombres y mujeres, acentuando las diferencias y haciendo leyes más rígidas ante el comportamiento machista desbordado (como el castigo a las miradas lascivas, tan subjetivo como polémico). Tal parece que a los hombres del metro se les ha olvidado que la mujer, al igual que ellos, es sobre todo poesía. Ante esto, la poesía nos muestra otras salidas que sólo la separación de los cuerpos que cancela toda posibilidad de socialización entre hombres y mujeres.
Respecto a la pregunta de si hay poesía masculina o femenina, la respuesta de Marina Ruiz me pareció contundente: hay poemas y hay poesía. Eso es todo. Para ella, estos elementos no están separados de las personas que las crean: hombres o mujeres: “yo no pienso ni siento como hombre, tampoco me expreso como uno, pero puede haber algo masculino en mi poesía por supuesto. Los opuestos son parte de nosotros, aunque definitivamente mi poesía habla de mi experiencia de ser mujer”.
La experiencia de ser mujer que menciona Marina, adquirió un tono épico sobre el Ring cuando Hortensia Carrasco resultó ganadora del Torneo de Poesía “Adversario en el cuadrilátero” del año pasado y que ahora refrenda con su obra: “Poemas del encierro” que publicó la colección Poesía sin permiso de Versodestierro.
En el oscuro jardín de sus imágenes, a lo largo del poemario va conformándose un herraje de palabras donde nos volvemos íntimos testigos de la corrosión de todos sus metales. Hortensia no escribe, sino que forja estos 23 poemas en la incandescencia de una pasión desbordada y secreta. La flor se bate a duelo consigo misma, sangra por dentro, su confrontación se lleva a cabo en “cada sitio de la casa”, pero sobre todo en puertas y ventanas “donde la luz ahorcada tiembla entre cristales” ahí donde las enredaderas crecen y van uniendo las experiencias de la poeta con el encierro: desde su circunstancia y del propio devenir del lenguaje.
Hortensia Carrasco me confesó que escribió parte de “Poemas del encierro” bajo la consigna de que estos poemas serían leídos sobre el ring de lucha, es decir, al aire libre, a la vista de todos, animada por participar en el Torneo. ¿La poeta para ocultarse se muestra? No lo sé, acaso con su libro entre mis manos podré develar en parte ese misterio como quien interpela a una esfinge. Lo cierto es que Hortensia salió de las cuerdas con el gesto de quien se sabe imperturbable ante el triunfo.
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