Antes de entregarme a este Ring de lucha libre, quiero disculparme con los lectores, puesto que he tenido que bajar el ritmo de las peleas. Por el tema, a veces de “peso completo”, no me alcanza el tiempo para agotarlo en una semana. Se me ha venido encima, aparte, una tesis de sociología que debo terminar lo más pronto posible. Es por eso que mis entregas serán quincenales, de asalariado, al menos hasta que termine los pendientes antes del Torneo de Poesía.
Aunque digan que ya no hay épica, en México no estamos precisamente en tiempos de paz. Habremos de contar, pues, toda la condensación de lo vivido, usando como arma la escritura: ráfagas de sílabas. Desde luego, la poesía por la mañana “pues para la prosa están los diarios”, como escribió Apollinaire; teclear por la mañana para hojear por la tarde, como un entrenamiento del oficio.
Siento indignación por lo que pasa allá afuera, pero aquí adentro tampoco me ordeno. ¿Qué hacer con este caos que nos habita? El enemigo parece ser un cuerpo ajeno, pero que está desgarrando todo el cuerpo social. Leo en la “Antología de la violencia” de Jean Paul Sartre, que éste desconfiaba de sus vecinos. De pronto, el enemigo se parece más a nosotros, es nuestro prójimo, somos nosotros mismos.
Noticias de mí, tampoco hay muchas. Sólo esta angustia de seguir contando aquello que invocamos, porque también es nuestro. Alguien me recomendó volver al metro en poesía, quizá resulte, para canalizar el enojo. Intentaré escribir sonetos en los vagones del metro, porque las noticias de masacres ya me tienen desgarrado Todo esto es breve, como el lapso entre un round y otro. Un respiro para seguir dando la batalla. El tiempo que te das para fraguar otra estrategia y así librar la siguiente contienda, entre la mañana y la tarde, el sueño de los libros e irremediablemente volver a la escritura.
Ese es el punto, volver a la realidad con otras metáforas, aunque pierdas lo invicto. Hay que saber de la sangre que se escurre por el pómulo; ser un peleador dando con queso las quesadillas porque no hay nada como sentir unos huesos de narices tronando. No hay nada como partirse la madre, alguna vez dijo un pugilista yucateco. Entro a las cuerdas que se tensan como un pentagrama. Los lectores esperan una pelea hasta el último round. Ya no piden pan o circo, sólo un corazón, como los dioses. Entregarse en cuerpo y alma al poema. “Ahí les voy”, alguna vez dijo Mario Santiago.
Derrotero ando: La caída es una nota de periódico. En “El Universal”, donde Yanet Aguilar recuerda al poeta Federico García Lorca, asesinado en Granada por los franquistas el 18 de agosto de 1936, un mes después del golpe militar que dio inicio a la Guerra Civil española. A 75 años del trágico suceso, la periodista se apoya en Miguel Capistrán para brindar un contexto al lector sobre las circunstancias de su muerte. Es sabido que Federico García Lorca, como otros tantos exiliados españoles, pudo haberse salvado en México, como fue el caso de León Felipe, pero que por diversas razones no alcanzó a realizar este viaje. Pero el aspecto interesante a considerar por Capistrán, es la homosexualidad de García Lorca, como una motivación sin la cual sería imposible entender el aplazamiento de sus planes. De esta manera, Capistrán nos aporta referencias donde aparecen dos historias de amor de García Lorca.
Una es la de Salvador Novo, enamorado del poeta andaluz. Ambos se conocieron en Argentina y aunque no hay evidencias de que el poeta del grupo Contemporáneos haya escrito algo sobre esto, Capistrán lo sabe puesto que, cuenta, trabajó con “Nalgador Sovo” (como le decían en los bajos fondos) los últimos años de su vida. Asimismo, cuenta del idilio de García Lorca con un actor de su compañía teatral, tan joven que su familia no lo dejaba ir con Lorca a México. Sin embargo, creo que hay agregar más aspectos y temas al respecto, puesto que la relación entre las dos historias de amor para explicar las circunstancias de su muerte, me parece que reduce no sólo la historia, sino el legado del poeta.
En un viaje que hice de Toledo a Granada, hace seis años, visité la Huerta de San Vicente, donde vivía la familia de Federico García Lorca. Hoy en día es un parque donde todavía se encuentra la casa familiar, abierta a todos los visitantes. Adentro se puede advertir cómo vivía el poeta. Muchos piensan que por escribir “El Romancero” García Lorca también era gitano; pero no, en realidad venía de una familia acomodada y tradicional. Bastaba mirar la cocina, donde había una estufa antigua fabricada en Alemania, para entender que en aquel tiempo sólo pocos podían tener esos bienes. En el cuarto del piano, había dibujos de Lorca que alguna vez usó en pequeños montajes teatrales para sus hermanas, lo que mostraba una infancia de imaginación desbordada.
En la parte de arriba de la casa, en un cuarto con balcón que daba al bosque, estaba el escritorio donde García Lorca escribió la obra teatral “Bodas de Sangre”, la cual yo había leído durante el camino a Granada, en el autobús donde una estudiante de letras me contó también que García Lorca se había quedado en España porque a pesar de que había sido invitado por la Universidad de México y otras instituciones a montar sus obras, su padre le dijo que ya había viajado bastante y que tenía responsabilidades con su familia, por lo que tuvo que quedarse.
Ciertamente Federico García Lorca había viajado antes y gracias a eso tenemos una obra de plena juventud como “Poeta en Nueva York”. También advierto la semejanza de esta historia con la referencia de Capistrán, sólo que en este caso no es el padre de un amado efebo quien le impide el viaje, sino el mismo padre de Lorca, aunque el poeta andaluz tuviera casi 40 años.
Lo anterior sorprende, pero también es posible tomando en cuenta incluso como parámetro la homosexualidad de Federico García Lorca. Ahí se atisba quizás una respuesta al sello autoritario y patriarcal de su familia. Mientras que el enamoramiento con un joven actor permanecería velado como motivo principal, lo que pesó formalmente en las decisiones del poeta fue la responsabilidad con su familia. Fue de esta manera que Federico García Lorca, simpatizante de la causa republicana, no volvería a viajar de nuevo. Los que ganaron la guerra civil, como dijo un historiador inglés, fueron lo que no tuvieron piedad.
Sin el cuerpo, desaparecido en las montañas de Granada, su familia tuvo que partir al exilio en Nueva York, justo a donde el poeta había dejado su voz de viajero incansable. Salvador Novo, por su parte, al enterarse de la muerte de Federico García Lorca, quedó perturbado, mientras que Alfonso Reyes y Torres Bodet, con todo y sus vínculos diplomáticos, no pudieron traerlo antes. Sin embargo, más allá del “hubiera” donde muchas veces hemos depositado vanas esperanzas, creo que un asunto importante no es tanto por qué Federico García Lorca no llegó a México, país que desde luego lo hubiera acogido con gusto y en el que podría haber continuado con su obra, sino en lo que aún puede seguir vigente como mensaje que deja el poeta andaluz para la posteridad de los tiempos difíciles.
No sólo hay que subrayar el sentido trágico de la obra lorquiana poemas de Lorca, es decir, considerar únicamente la dimensión estética de su obra, sino que hay que reconocer la dimensión cívica de su legado, muy pertinente para el contexto mexicano actual, pues este país se acerca peligrosamente, como advirtió José Emilio Pacheco, a una guerra civil sin precedentes. Como dijo León Felipe, en tiempos de guerra los sacerdotes suelen aliarse con los militares y nadie se acerca a la casa del poeta, porque el poeta sólo es bueno “para las romerías y las fiestas”.
Conocemos la vida de Federico García Lorca bajo su sino trágico de la muerte, tantas veces anticipada en su obra poética y en la manera de concebir la realidad. Anteriormente se ha discutido la pertinencia de buscar y encontrar el cuerpo de Federico García Lorca como un deber histórico y al mismo tiempo un acto de justicia. Unos argumentan que el que Lorca pueda ser enterrado con todos los honores es para que el pueblo español pueda reconciliarse con el pasado atroz de la guerra; sin embargo, otros piensan que al descubrir el cuerpo de Lorca, éste perdería su símbolo de memoria para todos los fusilados y aquéllos que corrieron una suerte similar.
En México, la guerra civil no es un pasado atroz, sino una cruenta realidad. La muerte del poeta nos recuerda hasta dónde puede llegar la intolerancia y el odio de un autoritarismo en ascenso. Nos recuerda también la importancia de no olvidar los crímenes, mantener viva la exigencia de justicia tanto como se ha mantenido viva su poesía. Todos los cuerpos de nuestros desaparecidos, en este sentido, tienen algo de Federico García Lorca.
0 comentarios:
Publicar un comentario