Fe de erratas
En el número anterior, nos chutamos la mala onda de publicar sólo la mitad de la columna, que consistía en el poema del Empedocles Cuesta de Enero, homenajeando al Romanticismo de antes y de ahora. Ante el desconcierto, alguna de la banda lectora pensaron, en su prolífica imaginación, que era un rap y hasta evocaron al grupo Caló (háganmela buena con las hermanas Karunna).
Pueden culpar a las crudas sucesivas, a la desvelada permanente, a las aguerridas apretadas, a los destapes de precandidatos, a las marchas de zombis, a las ladys de Polanco o aquien se les ocurra; pero enseñamos el cobra de a feo. Y como peores ridículos me he aventado, a’í les va la columna como tenía que aparecer, no sin ofrecerles, una mega-disculpa:
Las pesadilla del poeta
Hace días me encontré en la nueva calle de Madero, con el poeta Empedocles Cuesta de Enero, que estaba haciéndola de “estatua viviente”, disfrazado de Bob Esponja. Al verme pasar me gritó y corrió tras de mí, dejando a los chiquillos y chiquillas al punto de las lágrimas, al no comprender porqué su personaje huía de ellos.
—¡Aguántame, ay. Ese mi Johnny las escribo!
—¿Y ora qué? ¿Andas enajenando a los chamacos, con a tal de ganarte unos varos?
—¿Cuál enajenarlos? Mientras existan el canal cinco y las caricaturas por cable, los chamacos no tienen salvación. Yo no soy el Azcárraga para embobarlos. Yo nomás trabajo lo que ya existe. Soy como el chacal: como donde hay.
—¡Órale: verso sin esnfuerzo. ¿Y por qué me persigues como casera de Ecatepec?
—¡Pus, porque son las efemérides del romanticismo! Este año se cumplen 200 y tantos de su aparición y se requiere su respectivo homenaje a Lord Byron, Shelley, John Keats, Lamartine, Musset, Alejando Manzoli, Esproncedad, Adolfo Bécquer, Giacomo Leopardi, Heine, Tennyson, Campoamor, Gauthier, Pushkin, Acuña, Altamirano, M. Flores, Guillermo Prieto, Rivas Larrauri, Celada…
—¡Ya chántala, ñis! No me vayas a salir con el Juanga el Martín Urieta…
—Bueno, bueno. ¡Nomás no te esponjes! Ya vi que palideciste ante tanta sabiduría… Yo me aventé una composición en versos clásicos —medidos, rimados y repartidos en cuartetas— como se la sacaban los maestros de aquellos “tintes”. Es en homenaje a ellos; pero me di tinta que los conceptos que movía el romanticismo, también los mueve la banda poética de ahora: el sentimiento de incomprensión, de orfandad, de mala suerte; los amores fracasados, la pura fantasía erótica, la fantasía libertaria, la del triunfo económico, siguen vigentes en la poesía de hoy. No sé por qué se llenan la boca, diciendo que está rebasado y no hacen más que escribir sobre lo mismo…
—¿Cuántos años dices que se cumplen?
—A’í, vas; ay, vas de Contreras. Son 200 y cacho. No soy ingeniero pa’ andar con exactitudes… ¿ton’s qué? ¿Vázquez Mota?
—Pus, vas que es mota… cámara me aventé un calambur. ¡Presta tu poema, y rézale a San Juan Diego, patrón de los apaciguados!
Enseguida les transcribo los decasílabos de Cuesta de Enero. Si alguien se siente aludido, vilipendiado o nomás se la quiere refrescar, puede encontrarlo disfrazado de Bob Esponja entre el eje central y Bolívar. Es un chaparro de patas largas y por enfrente se ve gordo y de perfil, ñango.
La pesadilla del poetaEntre los tiempos de la canícula
quemaba itelias a la media tarde
y como en erótica película
cada espacio del Olimpo arde
En el depa, teatro de la farra,
al sueño se vencen los poetas.
Ebrios del decir y de la barra;
vacías de esencias sus maletas.
Atrás quedó el desgarriate,
los licores, la risa y el verso.
Se desconocieron los más cuates
mientras otros cambiaban de sexo.
Sergio, aquel de la palabra alcohólica
duerme de la mano del recuerdo;
vuelve en sueños la joven bucólica
que vendía chicharrón de cerdo.
Javier, el desgraciado en amores,
maldice a todos sus ascendientes;
no hay hembra que le dé sus favores
con esa jeta y esos dientes.
Juan Carlos, el gótico sin tasa;
rival del Cristo, Buda y Alá,
más no se atreve a salir de casa
sin la bendición de su mamá.
En el rincón que la sombra oculta,
Becerra acaricia a Blanca Estela.
Hoy le pagan en el CONACULTA,
a él, que siempre gorreaba chelas.
Ella como mujer otoñal
rinde su piel al casual arrullo,
aunque está segura que al final,
la ilusión le costará un biyuyo.
Entre ágave, ajenjo y alfalfa,
en el vórtice de la jauría,
dormita Fernando, el perro alfa;
sabio eterno y eterno guía.
Así se transcurre la modorra.
Es el reino de la paz perfecta;
por acá, suspirar de una morra,
por allá, musitar de un poeta.
Y cuando hacia la más desmayada
el vil pecho-tierra se movía,
despertaron todos de volada…
gritos de horror el aire hendían.
Entre grandes espasmo y muecas
el gran Rosales se debatía.
¡Dientes apretados, manos chuecas…
hasta las… orejas le crujían!
Lo rodearon en un movimiento
incluyéndose los más ladillas
y ya, superado el mal momento,
dijo: “he tenido una pesadilla”
“¿Soñabas el fin del universo?” -no
“¿Quizás el fin de la poesía?” -no
“¿O a los narcos dándonos mastuerzo?” -no
“¿O qué el tonayita fenecía? -no
Pero el nada les contestaba,
todo enmudecido y cabizbajo
y al fin habló, con voz que temblaba,
“yo soñé que iba a pedir trabajo”.
“¿Y por eso haces tanto irigote?,
yo sueño con eso a cada rato”.
Abrió su boca el anarcotote
de Huevanzi… “y, ¿paro a tanto bato?”
con la insolencia, la sangre hierve.
Duras, las dos miradas se clavan
y el jefe grita, morado y verde:
“Sí güey…pero a mí sí me lo daban”.
El miedo corre por cada vértebra,
el terror paraliza a Huevanzi
y bajo los cuernos y la pértiga;
luego en el baño pide chance.
“Trabajo”… cruz, cruz; abra cadabra
vade retro, maldición del mundo…
“olviden esa mala palabra
y todos chupando, que es gerundio”
0 comentarios:
Publicar un comentario