FUERA DE SÍ
[sesión I]
Por Omar SM
La visión romántica del género poético coloca al poeta [y al artista en general] junto al crapuloso, el extasiado y el muerto. Cuando menos Bataille reconsidero estos estados como un estar fuera de sí, ese fuera de sí es estar fuera de lo otro que nos hace ser, el distanciamiento se vuelve sano y crítico. Los dos polos del paradigma podrían ser Virgilio descendiendo a los infiernos o el Albatros de Baudelaire que aunque tiene diseño de ave su peso lo precipita de los cielos. Se trata de estar fuera, ser superior o estar por debajo pero no en el sitio. Tampoco está demás plantearlo desde la perspectiva del viaje. Al resto le podría quedar bien la vida absurda, la mediocridad como tasación. Por medio de los estados en que se logra salir de la conciencia y en cierto sentido del cuerpo, es cuando se lograría tener una conciencia diáfana del mundo, se quiebra aquello que contiene lo interno y lo externo anegándose mutuamente. El muerto en todo caso es el out total mientras los otros simplemente coquetean con las aristas de la locura, cuando se trasgrede ese límite, también sin reversa, la locura es el estado del héroe escondido por la humanidad. Mientras el éxtasis sexual se sumerge en los confines de un instante, la crápula y la poesía se vuelven formas de asumir la vida, no dejo de pensar que son estados críticos no hacia el interior, como vía de autoconocimiento romántico, sino hacia el exterior. Se vuelven estados de tensión social.
Ser poeta y ser alcohólico no es lo mismo pero se coquetean mucho, basta la continuidad del hígado y del páncreas para surja la simbiosis. Si para ser alcohólico hay que estar dotado se cierta resistencia, para ser poeta [nuevamente artista en general] hay que estar más adaptado. Aquí sólo salen a flote los de carrera larga, los que están confiados en que su cuerpo les resistirá porque la poesía no es de paso. No hay veranos poéticos seguidos de otoños médicos. Aunque se esconda en el subsuelo de la carne y la conciencia, el que ha sido tocado por el fuego conserva ámpula. Tarde o temprano vuelve a brotar el forúnculo que al tajar la piel hace brotar la materia pulposa de la poesía, el acto poético comienza con una reflexión interna que encuentra su verdadera confrontación cuando se impacta en el exterior. La crápula por el contrario tiene un sistema operativo inverso, el impacto llega cuando la materia líquida cae al fondo de las vísceras del sediento etílico. Sin embargo el poeta y el borracho vomitan sobre el mundo y generalmente suelen hacerlo bien.
¿Qué pasa con los poetas? ¿Cómo se asume el hito de la poesía y la borrachera? Sabemos bien que no es un estigma contemporáneo, basta recordar el mito de Dionisios. Esa simbiosis entre la poiesis y el etil se amplifica en la medida en que nuevas substancias penetran el cuerpo, la poesía evoluciona a la par hacia donde el tropos se pulveriza y los formatos, por supuesto digitales, brotan como hongos por todas partes, sólo basta una pantalla para que surja en ella la escritura y esta rompe su estructura a favor de otra en el acto. ¿El poeta actual es consciente de esto? Podemos pensar en las múltiples poesías que se generan de múltiples opiáceos, psicotrópicos, narcóticos, parafilias mixtas, psicosis citadinas y digitales pero ¿podríamos distinguirlas? ¿Serviría de algo? ¿Acaso de allí surge la poesía actual, del formato? El mismo enfoque de pensar que necesitamos una taxonomía de la poesía actual pareciera esconder de fondo una psicosis por el orden. Rara vez es posible escarparnos de la sistematización que nosotros mismos construimos, por eso resulta interesante re-tomar la concepción del fuera de sí, no dentro del paradigma romántico sino como fricción, confrontación y tensión respecto a los otros. Crisis nuevamente.
Si la poesía no abastece los anaqueles de las librerías con libros bien definidos y delimitados, esa afanada taxonomización, es porque se expande como un virus y su expansión torna el panorama desolador. Regresando, ya no se necesita “estar borracho para ser poeta” el hito se rompe con la era digital, ya sólo basta tener un blog para serlo, de hecho basta tener una pantalla pública para simular ser escritor, sería sano que el lector lo piense al respecto de este texto. Allí lo propositivo y lo mediocre pierden contrastes, la matización hace tabula raza sobre la escritura anónima y de autor ¿A quién le interesa la distinción? ¿Nuevamente será esa la materia de los taxónomos iniciados en la escritura? ¿O esta ya es fidedignamente democrática? Muchos temas comienzan a enlazarse, ya habrá tiempo para abordarlos con más conciencia, mientras tanto en este texto sólo son escenarios contiguos.
Dentro del carácter individualista en que está sumida la sociedad, casualmente la soledad se ha vuelto un tesoro sin valor de cambio. Se suele decir sobre el tiempo y la sociedad en que nos ha tocado vivir que estamos aislados y al mismo tiempo, quizá, nunca estaremos más en contacto con aquello que no conocemos. El individuo común se vuelve un solitario asediado por los otros, por supuesto los otros no saben que sucede lo mismo con ellos, sobrepasa lo digital. El estado de las personas se licua hacia una misma palabra. La palabra compañía tergiversa su significado en el espacio digital hacia estar conectado, se vuelven sinónimos o por lo menos se estrechan. Si podemos trazar una vertiente crítica y por ello no auto-complaciente a este respecto, no nos sorprendería encontrar que los mayores placeres en esta vida son, a lo más, incomunicables. Aspiramos a poder transmitir algo de aquello que nos lleva al éxtasis pero el cuerpo nos estorba y el lenguaje vuelve a su falibilidad. Aquel logro que estaba constituido por salir de nosotros mismos por el éxtasis, la sublimación artística, la borrachera y el umbral del la muerte se disuelven mientras el individuo se colapsa en sí mismo, no hay crisis, no hay crítica. La gran masa, la sola palabra común a la mayoría que constituye la nueva escritura surge a nivel del suelo sin ser precisamente rizoma. El problema de incompatibilidad con los otros es previo a la era digital, sucede lo mismo con el problema de la escritura. Son asuntos que no hemos logrado resolver y que el internet simplemente amplifica.
La condición fatalista del acto creativo no es que lo afrontemos solos sino que no sabemos estar con los otros para hacerlo. Que no nos sorprenda estar rodeados de nada porque los otros están rodeados de lo mismo y estamos picoteados de los ojos como para no notar que estamos juntos. El solipsismo, que desde el trágico griego, el héroe romántico hasta las actuales empresas de una sola persona se ve como genialidad, terminan reduciéndonos a la nada.
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